sábado, 20 de julio de 2013

Prolepsis II

México, a 14 de junio de 1948.

Sr. José Tagle Aguilar
Apreciable y estimado señor:

Con el debido respeto, me atrevo a escribirle, por haber considerado siempre y desde un principio que necesitamos el consentimiento dado por usted, como honorable padre de María de la Luz, para nuestras relaciones, consentimiento que sólo hemos tenido a través de su prudente y respetable esposa, a quien yo me he sometido con la obediencia de espíritu y actos debidos a la a la madre de quien quiero que sea mi esposa.

Si en esto no hago intervenir a mis queridos papás, no es por rehuir responsabilidades sino porque entiendo que los padres del novio intervienen oficialmente cuando el matrimonio se va a efectuar y se empieza ya a conseguir todos los elementos necesarios para que se efectúe la ceremonia y pueda darle el hombre una posición decorosa a su mujer.

Ahora bien, yo soy todavía un joven en período de formación que, para lanzarse a la lucha por la vida, necesita dar coronación a sus estudios, sostenidos con tantos desvelos por mis padres. Estoy en el período en que sólo me falta mi examen profesional. ¿Cuándo se efectúa éste? Sólo Dios sabe.

En fin, después de esto viene la lucha por la vida, para adquirir una posición estable, tranquila, para poder establecer un hogar. ¿Qué tiempo emplearé en todo lo anterior? Francamente, no sé. ¿Ese tiempo apagará o encenderá el fuego del amor con el cual deben ir dos jóvenes al matrimonio? En este sentido, lo único que puedo ofrecer es mi voluntad, mi amor al trabajo y al deber, levantándome de cualquier fracaso en mis negocios.

Después de presentado el panorama tan claro, queda en la mente una pregunta: ¿son prudentes, son lícitas las relaciones que yo le pido bendiga?

NOTA. Hablaremos de este conflicto cuando lleguemos a junio de 1948. Por ahora, sólo subrayo la manera elegante, respetuosa y digna con que Agustín se dirige al padre de María de la Luz. Tuve oportunidad de leer a mis padres esta carta, en 1988, cuarenta años después de haber sido escrita, con el propósito de ahondar en la situación. Mi padre sonrió y no dijo nada. Mamá sonrió y me dijo, después de un suspiro: "Tu abuelo era capaz de sacar la pistola". Hablamos un rato más sobre mi abuelo. La plática terminó cuando mi madre se acercó a servir un plato de arroz a mi padre. Se miraron y dieron por terminada la escena con un picorete. Yo me levanté para salir de la cocina. Escuché a mi madre: "Tino, dame esa carta..."

-Sí, mamá, al rato.




2 comentarios:

  1. Que increíble, leo esto y no puedo evitar llorar ¿por qué? Porque me maravillo del amor tan grande de mis abuelos, de la complicidad, del respecto, de la dedicación. Gracias Tino por regalarnos esta maravillosa historia de amor. Te quiero.

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  2. Gracias a ti, Patricia, por tu lectura, porque el propósito de esto es precisamente que lo leas tú y lo lea la familia. La vida de los nuestros es lo que da sentido a la nuestra. Su muerte sólo es un accidente de la eternidad: tus abuelos, tus madre, Lalo, todos ellos vivirán tanto como nosotros seamos capaces de venerar su amor y su vida misma.

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