martes, 30 de julio de 2013

28 de julio de 1947

México, 28 de julio, 1947.


Mi bien:

Dios quiera que hayas llegado a tiempo para todo cuanto necesitabas hacer. En estos momentos son las 7 ½ p.m. y ya está obscureciendo. Después de que te fuiste, acompañé a mi tía a recoger las refacciones del coche. Más tarde y como ella tenía otras ocupaciones, me dejó en Bucareli, en donde tomé un camión Santa María, que me trajo a la casa. Ahora, en la tarde, fuimos mi mamá, Lili y yo con mi papá al Puerto de Liverpool a hacer algunas compras, y hasta hace unos minutos que regresamos. Mañana continuaré escribiendo, pues quiere mi tía que le dé más puntadas a unos purificadores. ¡Hasta mañana!

(En la misma hoja) Julio 29-1947

Hubiera deseado escribirte más temprano, pero esto no fue posible. Y voy a decirte el porqué: mi mamá y yo fuimos a Mixcoac a la casa de los Padres Paulinos, a la primera misa que se celebra en dicha casa. El oratorio es una monería. Apenas si cabíamos cinco personas, imagínate. Es como la mitad del de aquí. La misa fue a las 8, pero nosotros estuvimos desde a las 7 ¼. Después de terminada la misa, quiso el padre que desayunáramos con él. Aceptó mi mamá, aunque con mucha pena por mi parte. En desayunar y que mi mamá habló de lo lindo, nos dieron las 10 ½. Regresamos a la casa cerca de las 11, hora en que comencé a arreglar la casa y… se fue la mañana.

Pero dejemos tanto detalle y tanta cosa sin importancia, para saber: ¿Cómo va tu trabajo? ¿Tus clases? ¡Cuéntame! Ya sabes cuánto me interesa todo esto.

Saluda con mucho cariño a mis tíos y, como siempre, a todos y cada uno.

Te quiere con toda el alma

María de la Luz

Agustín

A ti, a quien quiero tanto,
gozosa te vengo a decir:
¡una sola vez he amado,
sólo una y es a ti!
Tengo a Dios como testigo,
impartiéndonos su bendición.

No lo olvides, corazón.

lunes, 29 de julio de 2013

24 de julio de 1947

México, a 24 de julio de 1947.

Querido Agustín:

El martes recibí carta tuya e inmediatamente traté de contestarte. Más bien dicho, te contesté. Sólo que preferí no enviarla. La causa principal fue ésta: no quiero ser imprudente. De ella sólo te diré que te espero con ansias para oír de tus labios la contestación a mis preguntas y que me cuentes muchas, muchas cosas más.

Me referiré ahora a tu carta fechada el 22 y que tengo en la mano.

Me da mucho gusto saber que practicas la guitarra y estoy segura de que muy pronto la tocarás perfectamente.

¿Mi verdadera felicidad? Pero… ¿No te has dado cuenta de que la encuentro en ti? ¿La voluntad de Dios? No me digas que has dudado ni por un solo momento de cuál sea ella. Bien sabemos cuál es el camino que nos conducirá a Él.


Amar es darse, es hacer entrega total de nuestro ser, no pedir ni mucho menos exigir. Y, sin embargo, yo te pido, sí, pero no lo hago tan sólo por mí.

Tratas de no acordarte de tus fracasos, pero los nombras. Y yo quisiera que hasta el nombre olvidaras. ¿Me lo prometes?

El penúltimo párrafo en tu carta es para mí motivo de alegría. Créeme que soy feliz sabiendo que tú lo eres.

Te espero para el día 2 de agosto, ya que esto me lo aseguras. Pero no olvides lo que en otra carta te digo: te espero todos los días.

Todos los de esta casa les envían saludos a tus papás y a todos. Y para ti es todo mi gran cariño.

María de la Luz


P.D. Ya te he copiado algunos versos de Juan de Dios Peza, pero no te los he enviado, pues son tantos que mi carta rodaría.

sábado, 27 de julio de 2013

Intermedio V

Es en los veinte, la década de tu nacimiento, donde renacen los valores nacionales: se enaltece el pasado indígena, se reconoce el pasado español, nos reconciliamos con el virreinato. Ya no te toca ver caminar por las calles de la Colonia Roma a Ramón López Velarde, pero perteneces a la primera generación de lectores de Suave Patria. ¿Te acuerdas de la estrofa que me leíste una mañana de invierno, mientras ordenabas por enésima vez un cajón de papeles viejos?


Suave Patria: tú vales por el río
de las virtudes de tu mujerío.
Tus hijas atraviesan como hadas,
o destilando un invisible alcohol
vestidas con las redes de tu sol,
cruzan como botellas alumbradas.

Acababas de cumplir dos años cuando se realizó el juicio de José de León Toral, el muchacho que mató a Álvaro Obregón y cuyo abogado fue Demetrio Sodi, probablemente abuelo o padre de Demetrio Sodi de la Tijera. ¿Te acuerdas de él? Cuando alguna vez lo viste por televisión, me dijiste que te parecía un hombre guapo. Y tú, a los guapos siempre les has dado mucho crédito. Por eso, consideras buen actor a Omar Sharif (más como Yuri Zhivago en la película de David Lean que como Colorado en El oro de Mackenna). Por eso, leíste con tanto gusto La tía Julia y el escribidor, porque Mario Vargas Llosa siempre te ha parecido muy varonil. Yo estaba contento, al ver que aceptabas una de mis sugerencias de lectura, puesta y bien dispuesta en tu mecedora de madera, con un ojo al libro y otro a Café con aroma de mujer, donde salía el deslavado Guy Ecker, otro de tus guapos, en el papel de Sebastián Vallejo.



Para don Demetrio, la defensa en el juicio de León Toral –público, oral y con jurados- se dificultaba, desde el momento en que se trataba de un asesino confeso. Por eso, su discurso pretendió demostrar que se trataba de un hecho singular, extraordinario, a la altura de las tragedias griegas, digno de Esquilo. Un dibujo verbal hecho por Sodi pretende encontrar belleza en el acontecimiento:

-El general Obregón, al caer, sonrió como saludando a la muerte.

Ezequiel Padilla –por la parte acusadora- no se quedó atrás. Fue un duelo de grandilocuencia y desmesura poética. Padilla dijo que, al morir Obregón, no cayó un hombre sino una montaña…

-¡Una montaña de generaciones, de generaciones humildes, cuya causa es presidida por el Cristo Redentor, no ese Cristo en cuyo nombre se ha perpetrado este crimen!

Tú eras entonces una niña, pero fuiste educada en un ambiente de veneración a dos madres Conchitas: Concepción Arévalo –acusada de participar en el asesinato de Obregón y enviada a las Islas Marías a purgar una condena de veinte años- y Concepción Cabrera de Armida –fundadora de las Obras de la Cruz-. ¡Y el nombre anda siempre en la casa! Mi abuela, tu madre, es Concepción, de quien naciste el 25 de septiembre de 1926, en la casa número 3 de la segunda calle de Civilización (mira, tengo hasta el número de teléfono: 225, de la Compañía Ericsson, cuya central telefónica automática, la primera en México, comenzaba a funcionar en esos días). Tu primera hija es Concepción.

Paseo mentalmente por la casa de los Escandón (que fue antes de don Justo Gómez y hoy conocemos como Parque Lira). Una calzada de árboles nobles y elevados conduce hasta la entrada circular. El segundo cuerpo de la casa es sostenido por un peristilo corintio, con su enlosado mármol de Génova, parecido acaso a las pérgolas que en el Parque México vemos (o veíamos) cubiertas de bugambilias. En la galería que antes perteneció al Conde de la Cortina, los Escandón presumen originales de Pablo Céspedes, Alonso Cano, Turner y Gerardo Dow, y no faltan ahí buenas copias de Rafael, Ticiano y Corregio.

Tacubaya es, en el imaginario de tus hijos, el paraíso perdido, la tierra del principio, el lugar donde parece que sucedieron las cosas importantes. Tacubaya, en cuyas haciendas descansaban no hace mucho las familias ricas que, en sus lujosas casas de campo, jugaban a los bolos y paseaban por los jardines.

Tacubaya, con su Teatro Apolo y su frondoso fresno llamado Árbol Bendito, era entonces un lujo, y algo de ese aire aristocrático puede respirarse este sábado de otoño de 1926, a las diez de la mañana.

Sábado 25 de septiembre de 1926

El sol tibio de septiembre dibuja la débil sombra de los árboles de Tacubaya, mientras la señorita Luz Elena Osorio Mondragón camina por Avenida Primavera. Va vestida de blanco, paloma perseguida por el viento, y es observada por los piracantos. A sus treinta y siete años, ligera como adolescente, Luz Elena no camina, Luz Elena trota: lleva cierta prisa, sí, pero es esa prisa alegre que no admite distracciones ni momentos para pensar. Los hoyuelos de sus mejillas se marcan de ternura por la sonrisa delicada que le brota de sus emociones. Y es que hoy, a las siete de la mañana, a su hermana Concepción le nació una bebita, toda gordita, morena, chiquita.

Luz Elena tiene prisa, porque no quiere perderse ni un segundo las cosas que pasan en la casa. Dejó a Conchita acompañada de dos hombres: don José Tagle y Aguilar, el padre; y don José Luis, el culto ingeniero geógrafo, tío de la recién nacida.

¡Y para lo que sirven estos dos!, piensa Luchena, no con desprecio sino con ese orgullo femenino que no concede crédito a la capacidad doméstica de los varones.

Además, don José le dijo que también saldría un rato, que tenía algunos asuntos que atender, que se le dispensara, por favor.

-¡Y José Luis, pobrecito! De estas cosas no entiende ni papa. ¡Ah, que no se me olvide llevarle su Neutralón! ¡Qué bien le ha curado el estómago! Claro, es medicina alemana. Tengo que apurarme.

Y allá va la señorita Luz Elena, pensando en el nombre que recibirá su primera sobrina.

-¿Concepción, como su mamá? Tal vez, tal vez.

Entra Luz Elena a la casa, y pocos minutos después llega su cuñado José, todo catrín y bien peinado. 

(Ni a su mujer le dijo que le pegó a la Lotería. Tal vez no se sacó los 125 mil pesos del premio mayor, pero algo importante habrá alcanzado como para hacer lo que nunca: fue a la calle de Bolívar y entró a la peluquería Ambos Mundos, la más elegante y mejor atendida de la ciudad, y gastó dos pesos con ochenta centavos en la rasurada, el corte de pelo, el masaje de Boncilla Beatifer y el champú. Bueno, hasta pidió que le pusieran la loción cara, Flores de Amor).

¡Ay, qué guapo viene, José! -dice Luz Elena.

¿Le parece, Luchena? -contesta mi abuelo, sin darle mucha importancia.- Mire, le traje Hermase Thezze.

-¿Y eso qué es?

-Píldoras... a base de extractos vegetales. Lo último en medicina francesa, para sus varices.

-¡No gaste, José, no gaste! ¿Dónde las compró?

-Allá, en Revillagigedo. Me atendió el mismo Julio Benot.

-Yo le compre a usted Tonomalare.

-¡Ay, Luchena, Luchena! ¿Sigue pensando que los alemanes son mejores que los franceses?

-Es que lo veo medio anémico. Ándele, pruebe estas pastillas. Ya también las está tomando José Luis.

Mi abuelo no es muy dado a mostrar cariño a su cuñada, a la que culpa de que su mujer nunca esté en casa (se la pasa metida en casa de Luchena); pero la buena suerte le ha cambiado el ánimo, y Ma está contenta de verlo alegre.

-¿Cómo está Conchita?

-Bien, bien. ¡Y la niña está preciosa!

La niña todavía no tiene nombre, pero todos parecen coincidir en que debe llamarse como su mamá, Concepción.

Sin embargo, el ingeniero José Luis Osorio Mondragón ha pasado varias horas en su biblioteca en busca de los nombres históricos de la familia...

-Pienso que la niña debe llamarse María de la Luz. porque ese nombre aparece de manera frecuente en el árbol de nuestra genealogía, afirma el ingeniero José Luis Osorio Mondragón, al tiempo que abre su cuaderno de notas y lee…

"A principios del siglo XIX, Joaquín Mondragón llegó del viejo continente a la Nueva España, cuando la rebelión insurgente de algunos criollos era apenas un secreto a voces. A pesar de su juventud, Joaquín ya era capitán teniente coronel de la Compañía de San Blas, Territorio de Tepic. Fue entonces cuando conoció a la señorita Josefa Garduño, cuya familia se había establecido en la colonia desde mediados del siglo XVIII.

"Joaquín y Josefa se casaron en Ixtlahuaca, en plena revolución de independencia, en 1819, cuando el recién llegado contaba ya con el cargo de Comandante de la Primera División del Sur, y tuvieron cuatro hijos: José María, Mariano, Ángela y Dolores. 

"Años más tarde, José María Mondragón Garduño –el primogénito- contrajo nupcias con María de la Luz Esquivel, dos veces viuda, hija de don Secundino Esquivel, sobrino nieto de Joaquín Esquivel, pintor del XVIII cuyos cuadros aún pueden apreciarse en el Claustro de la Merced, al sur de la Plaza de la Constitución.

¿Un pintor en la familia, antes de mi prima Carmen? –pregunta sorprendida Luz Elena.

¡Sí, Luchena, y muy reconocido! –afirma Pa-. Mira que el mismo doctor José Ignacio Bartolache y Díaz de Posada, el eminente editor de El Mercurio Volante y creador en su época de exitosas pastillas férricas, al practicar una hesitación filosófica en torno a la imagen de la Virgen de Guadalupe…

-¿Una hesitación…?


-Sí, sí, es decir, una duda. La hesitación filosófica es la suspensión voluntaria y transitorio del juicio para dar espacio y tiempo al espíritu a fin de que coordine todas sus ideas y todos sus conocimientos. (B
artolache fue siempre un defensor ardiente de las ideas de Descartes). El autor de Netemachtiliztli (mira, aquí tengo el libro: trata en náhuatl el asunto de sus pastillas), al querer entender la extraordinaria conservación del famoso ayate (fabricado con ixcle, es decir, filamentos de maguey), así como de la imagen misma, mandó hacer copias de la guadalupana a diversos pintores, entre ellos a nuestro tío Joaquín…

-¿Y esas copias... se conservaron igual?


-No. Sin embargo, no es del milagro de lo que quiero hablar, sino del orgullo que me produce traer sangre de artistas reconocidos en su tiempo, como nuestro tío, don Joaquín Esquivel, una de cuyas descendientes es, te digo, María de la Luz Esquivel.

María de la Luz, María de la Luz. Me está gustando
-dice Ma, como pensando, para luego juntar sus manitas, como niña a la que se le platica la más hermosa de las historias- ¡Cuenta más, José Luis, cuenta más!

viernes, 26 de julio de 2013

23 de julio de 1947

Puebla, a 23 de julio de 1947.

Mi querida María de la Luz:

Como ya te decía en mi carta anterior, recibí tu carta fechada en 20 de julio. Por una post-data, veo que la pusiste el lunes 21. También te dije que te la contestaría en la noche del martes. Pero estuvieron aquí el señor Bernal y otro muchacho, y en estar platicando nos dieron las once de la noche. De modo que hasta estos momentos (diez de la mañana del miércoles) tengo el gusto de escribirte.

En estos días, mi vida ha sido un poco monótona y no muy fructífera. Me he levantado a las 6 ½ para ir a clase de 7 y encontrarme con que el profesor no ha asistido. Después, en el lapso que va de las 8 y a las 12, he estado estudiando algunas veces,  y otras he hecho algún trabajo que me da mi papá. En fin, he estado bien ocupado, pero no con la eficacia que necesito. Pero, suceda lo que suceda, voy a dejar terminado un proyecto de puerto, que es estudio de la Universidad, para así poder estar en el D.F. para el sábado.

Todavía hasta estos momentos no se ha arreglado nada de aquel trabajo que te decía. Te daré una idea somera sobre él.  El director de la Facultad, para que nuestra universidad sea conocida, se está relacionando con gente influyente (industriales, etc.). Y, naturalmente, entre estas gestiones le ha parecido aceptar un trabajo de topografía. Y, claro, nos ha dicho que recurre a nosotros pues nos tiene mucha confianza. Pero no nos habló nada de honorarios, algo muy importante para nosotros. Y ahora, miércoles, es decisivo, pues ya nos dijeron qué presupuesto tienen para esos trabajos. Y nosotros vamos a decidir ahora, a las 11. Para no cansarte: estamos en el dilema de aceptar altruistamente el trabajo o bien no aceptarlo y romper la finalidad de nuestro director de dar a conocer la Facultad de Ingeniería.  No sé si comprendas, pero esto y la falta de profesores le quitan a uno la calma y el humor. Pídele a Dios por que todo salga bien.

El domingo en la mañana, y algo en la tarde, estuve estudiando. He ido estos dos últimos domingos a la misa de 8 de la Congregación, que tiene nuevo director, el padre Sainz, que está muy entusiasta por que aquí, en Puebla, suban las Congregaciones Marianas.

A mí siempre me ha gustado el foot-ball. Y por eso, para poder seguir oyendo tu voz por teléfono, te hablé de los juegos y lo que había sucedido a mi primo. Tal parece que ya está mejor.

En cuanto a mí ida, es seguro que estoy por allá el sábado. Quiero ir al Observatorio de Tacubaya, a ver a una antigua profesora mía, de la cual creo ya haberte hablado.

Quien no te olvida

Agustín

NOTAS. Cuando Agustín habla de "lo que había sucedido a mi primo", es probable que se refiera a un Azpiri, que jugo profesionalmente en la Primera División del Fútbol Mexicano. Pero no tengo, por ahora, muchos datos. Sólo puedo comentar que, veinte años después de esta carta, Agustín decía a sus hijos, entre broma y veras, que deberían "irle" al América, "pues ahí jugó su tío Azpiri". Agustín sabía perfectamente que por nada del mundo dejarían sus hijos de irle a las Chivas. ¿Por qué insistía, entonces? Porque un Aguilar nunca perderá la oportunidad de molestar. Con ese mismo gusto, ya en tiempos de la televisión, Agustín llegaba a su casa, se asomaba a ver qué estaban viendo sus hijos en la TV Philips (blanco y negro) y decía: "Ese episodio de Los Invasores ya lo vi. ¿Les cuento el final?". Entonces y al unísono, se escuchaba la voz multicolor de los niños: ¡Papaaaaaá! Y la voz infantil era coronada por el colofón de María de la Luz, la mamá de esos niños, quien dejaba a un lado su bola de estambre y decía: "Bajo a darte de cenar, Agustín, para que dejes de molestar."

miércoles, 24 de julio de 2013

23 de julio de 1947

México, 23 de julio de 1947.

Querido Agustín:

Suponía lo que con tu carta ahora confirmo, y espero que sea muy pronto cuando mis preguntas tengan su contestación.


No me imagino cuál haya sido la causa de la discusión que tuvieron las muchachas con tu papá, pero lo que siento es que esto, por razón natural, te proporciona malos ratos, que desearía no tuvieras.

¡"Cuando nos veamos"! Cuántas ilusiones se encierran en esas palabras, cuánto amor reunimos para esos instantes y con qué amargura sentimos que esos minutos tan esperados llegan y se van como un suspiro. Pero, sacando fuerzas de lo más profundo de nuestro corazón, decimos: ¿Y eso qué importa, si tenemos aquí, muy dentro, un santuario, en donde vive el ser amado, en donde no existen distancias ni ausencias?

Muchas veces, cuando estoy sola, cierro los ojos y siento como si cerca de mí estuvieras, y hasta te podría decir que oigo tu voz, algunas veces aprobando mis actos, otras... otras diciendo ¡No está bien!

Ya ves, no quiero soñar; y, sin embargo, sé que eso es todo cuanto hago.

Ayer, mi mamá, Lili y yo asistimos a la clase de Geografía que da el ingeniero Escalona. Trató sobre los pueblos patriarcales y (los) matriarcales. ¿Está bien dicho? Puse atención, pues me gusta mucho la Geografía. No puedes imaginarte cuánto siento haber desaprovechado las enseñanzas de mi tío. Créeme que da mucha tristeza haber vivido con un sabio sin haber podido recogerle algo de su sabiduría.

Siempre que comienzo a escribirte, lo hago con el firme propósito de ser breve; pero ya tu ves que esto no lo consigo.

Todos aquí en la casa agradecen tus saludos y envían otros tantos para ti y para todos los de tu casa.

Te quiere
María de la Luz

NOTA. (1) Quiero insistir en el contraste que hay entre la manera de escribir de María de la Luz y la manera de expresarse de Agustín. Ella busca por todos los medios la elocuencia, la elegancia, la dulzura y hasta la poesía. Él, en cambio, tiende al laconismo cuando de expresar sus sentimientos se trata (se extiende, sin embargo, en la crónica de los acontecimientos más triviales y de sus esfuerzos por salir adelante). Ella habla del amor. Él habla de la responsabilidad de amar. Ella vive intensamente su experiencia amorosa -aunque lo hace con angustia y con miedo de no ser debidamente correspondida. Él relata su empeño por alcanzar el mejor método de hacerla feliz (la felicidad de María de la Luz es el objetivo central de Agustín). Ella cuenta los minutos y mide las distancias. Ambos aman desde dos dimensiones distintas: ella ama con el cuerpo, él ama con el alma. El encuentro de un cuerpo que desea con un alma que aspira hacen de esta historia un relato místico donde erotismo y espiritualidad se vuelven inagotables. (2) Al hablar de las "enseñanzas de mi tío", María de la Luz se refiere a José Luis Osorio Mondragón, más conocido en la familia como Pa, para quien construyo una bitácora particular, llamada Paso a Pacito. Si el lector entra ahora, la verá a medio hacer. Hago ahora la promesa de reavivarla, pues de Pa hay también suficiente material. (3) El ingeniero Escalona es un colega de José Luis Osorio Mondragón. Se trata Alberto Escalona Ramos, eminente geógrafo mexicano, autor, entre otros libros, de El espíritu de la Edad Media y América (1959), Una interpretación de la cultura maya (1952) y Cronología y astronomía maya (1940). A la muerte de nuestro venerado Pa (abril de 1944), el ingeniero Escalona mantuvo los lazos de amistad con la familia Osorio Mondragón y vio crecer a las niñas Nené y Lili. (4) La información del punto 3 es cortesía de mi hermana Concepción y de mi tía Lili.


martes, 23 de julio de 2013

22 de julio de 1947

Puebla, a 22 de julio de 1947

Mi querida María de la Luz:

Ayer, al venir de clase de 12, me dijo Laura que me había llegado carta. Inmediatamente, la recogí y me la guardé; pero no la quise leer en esos momentos, pues no tenía calma suficiente. Sin embargo, por lo siguiente verás que sí tenía tiempo, pues a esas horas cogí por segunda vez la guitarra y el método y me puse a practicar media hora. Después, ya comimos. Y fue hasta las 9 1/2 de la noche de ayer cuando abrí ese sobre color de rosa adornado con tu inconfundible y amable letra. Fue así como hasta entonces leí, palabra por palabra, tus letras. Y en realidad, de verdad, necesitaba esa calma que busqué, pues escribes en una forma que... para tratar de contestarte estoy utilizando borrador... y no creo que llegaré a igualarte. No en cuanto a que mis pensamientos, sentimientos e ilusiones queden por abajo de las tuyos, pues bien lo sabe Dios que hace ya tiempo tu felicidad demasiadas veces ocupó mi mente. Decía que no podré igualarte, por mi impericia en expresarme.

Me estoy dando cuenta de toda mi responsabilidad, de esa dulce responsabilidad. Contigo, para mí empieza una nueva vida. En tus palabras usas gran modestia, y realmente voy... o, mejor dicho, vamos a ser escultores de nuestra vida, de nuestro porvenir. Y quiero que te des cuenta de la torpeza de mis manos y mi cincel, no muy a propósito para estas circunstancias trascendentales. Y hay que anteponer sobre todo tu felicidad verdadera. Y que sea la voluntad de Dios. Yo lucharé sin acordarme de mis fracasos. Tú conoces el árbol por sus frutos.

Son ahorita los diez minutos para las 12, y tengo clase de 12. Por eso es que estoy haciendo puros garabatos. Pero no quiero ya demorar más esta carta, pues ahorita me acaba de llegar otra de tus carta; pero, como tú ves, apenas si tengo tiempo de abrirla. Y mejor te contesto hoy en la noche.

Estoy ansioso por verte, e iré lo más pronto posible. El 2 de agosto, ten por seguro que sí voy. Le dije a mi papá lo de la película, y dice que sí irá. Yo estaré pendiente que vaya, pues a mi papá no le gusta el cine. Y será bueno que, cuando vaya, le toque algo bueno, en todos sentidos.

He ido con mis hermanas y María de Lourdes Aguilar Aspiri, a pasear en la noche en el camión de carga. Y hemos ido cantando. Ya me voy a clase. Saludos a tía Luchena, tu mamá, a Tití, a Lili y a todos.

Quien te quiere mucho,
Agustín

lunes, 22 de julio de 2013

20 de julio de 1947

México, a 20 de julio de 1947.

Querido Agustín:

¿Recuerdas que te dije que no saldría hoy? Pues no fue así.

Temprano (7 1/2), oí misa en San Francisco. Después de desayunar, medio arreglé la casa, regué el jardín y leí un poco. Comimos a la hora de costumbre (2 p.m.). Más tarde, fui a la casa y platiqué con mi papá un rato. Cerca de las 4, me vine para oír la corrida; pero me encontré con que mi tía estaba oyendo la comedia en el radio del coche, y allí me atoré, mientras Tití oía la corrida en el comedor (a ella no le falla).


A las 5 llegó Sergio, y mi tía nos llevó a un ranchito que tiene el padre fray Gabriel. Queda bastante cerca. El ranchito consiste en un lote mediano. En el centro, su iglesia. Junta a ella, un pequeño departamento para el padre. El panorama, desde esa altura, es muy bonito.

Como no encontramos al padre, regresamos hasta San Ángel Inn, para escuchar un organillero que tocaba nada menos que "El Charrasqueado". ¡Ya sabes cóm me gusta! Cuando terminó, lo llamé y le pregunté qué otras piezas traía, y me dice: "Cuando escuches este vals"... No le di tiempo a que siguiera enumerando: ¡Ésa, ésa quiero! Sergio se entusiasmó y bajó, para él mismo darle vueltas al armatoste ese.

El sol ya se ponía cuando regresamos a la casa, pero aún era temprano para merendar, por lo que pusimos algunos discos. Mientras Lili y Sergio oían, hice la merienda, y hasta hace unos minutos me paré de la mesa (son las 10 1/4).

Pensando en el domingo 27, nos vino la idea de ir al rancho de Augusto. Pero siempre y cuando a ti te sea posible venir. De no venir tú, lo dejaríamos pendiente para otro día.

Los húngaros seguirán jugando en los siguientes domingos. El próximo será contra el Moctezuma. Mi papá y yo le fuimos al Veracruz. ¿Y tú? Aún no se quién haya ganado, pues no oí el radio en la mañana.

Saludos cariñosos de nuestra parte para todos en tu casa.

Te quiere María de la Luz.

21/7/47

¡Ganó el Veracruz! Le hablé por teléfono a mi papá, y me dice que quedaron 3-2 a favor del Veracruz. ¿Cómo sigue Agustín de su nariz?

M.L.


NOTAS. (1) Gracias a la información proporcionada por nuestro amigo Eduardo Aviña Patiño, sabemos que la fotografía que acompaña esta carta “fue tomada desde la banqueta norte de la calle de Madero. Atrás se ve la fachada del templo de San Felipe y el portón de acceso al templo de San Francisco”. Al leer que María de la Luz oyó misa de 7:30, uno tiende a pensar que la muchacha se equivoca de templo y que en realidad ese domingo 20 de julio de 1947 asistió al templo dominico de Nuestra Señora de la Purificación, también conocido como La Candelaria (no sé si es el mismo templo al que muchos llaman Templo de Santo Domingo), en Tacubaya. Pero la fotografía confirma que María de la Luz y su tía Luz Elena (Ma) tenían costumbre de ir a “México” (es decir, al Centro) para escuchar misa en San Francisco. Sorprende, pues, su devota capacidad de madrugar. (2) No sé quién es Sergio. (3) Entre 1946 y 1949, el director técnico de las Chivas Rayadas de Guadalajara fue Gryöry Orth, un húngaro. Tengo una hipótesis: sospecho que la nacionalidad del entrenador generó en la afición el gusto por llamar a los jugadores del Guadalajara “los húngaros”.  Si esto es cierto, es probable que María de la Luz esté refiriéndose al partido de la final del torneo de Copa (Chivas-Tiburones Rojos); pero esto no coincide con la fecha en que se dio ese encuentro (viernes 25 de julio de 1947) ni con el resultado final (3-1, a favor del Veracruz). 

sábado, 20 de julio de 2013

Prolepsis II

México, a 14 de junio de 1948.

Sr. José Tagle Aguilar
Apreciable y estimado señor:

Con el debido respeto, me atrevo a escribirle, por haber considerado siempre y desde un principio que necesitamos el consentimiento dado por usted, como honorable padre de María de la Luz, para nuestras relaciones, consentimiento que sólo hemos tenido a través de su prudente y respetable esposa, a quien yo me he sometido con la obediencia de espíritu y actos debidos a la a la madre de quien quiero que sea mi esposa.

Si en esto no hago intervenir a mis queridos papás, no es por rehuir responsabilidades sino porque entiendo que los padres del novio intervienen oficialmente cuando el matrimonio se va a efectuar y se empieza ya a conseguir todos los elementos necesarios para que se efectúe la ceremonia y pueda darle el hombre una posición decorosa a su mujer.

Ahora bien, yo soy todavía un joven en período de formación que, para lanzarse a la lucha por la vida, necesita dar coronación a sus estudios, sostenidos con tantos desvelos por mis padres. Estoy en el período en que sólo me falta mi examen profesional. ¿Cuándo se efectúa éste? Sólo Dios sabe.

En fin, después de esto viene la lucha por la vida, para adquirir una posición estable, tranquila, para poder establecer un hogar. ¿Qué tiempo emplearé en todo lo anterior? Francamente, no sé. ¿Ese tiempo apagará o encenderá el fuego del amor con el cual deben ir dos jóvenes al matrimonio? En este sentido, lo único que puedo ofrecer es mi voluntad, mi amor al trabajo y al deber, levantándome de cualquier fracaso en mis negocios.

Después de presentado el panorama tan claro, queda en la mente una pregunta: ¿son prudentes, son lícitas las relaciones que yo le pido bendiga?

NOTA. Hablaremos de este conflicto cuando lleguemos a junio de 1948. Por ahora, sólo subrayo la manera elegante, respetuosa y digna con que Agustín se dirige al padre de María de la Luz. Tuve oportunidad de leer a mis padres esta carta, en 1988, cuarenta años después de haber sido escrita, con el propósito de ahondar en la situación. Mi padre sonrió y no dijo nada. Mamá sonrió y me dijo, después de un suspiro: "Tu abuelo era capaz de sacar la pistola". Hablamos un rato más sobre mi abuelo. La plática terminó cuando mi madre se acercó a servir un plato de arroz a mi padre. Se miraron y dieron por terminada la escena con un picorete. Yo me levanté para salir de la cocina. Escuché a mi madre: "Tino, dame esa carta..."

-Sí, mamá, al rato.




Lo inefable perceptible y la prolepsis



“¿Qué es, pues, el tiempo? ¿Quién podrá explicar esto fácil y brevemente? ¿Quién podrá comprenderlo con el pensamiento, para hablar luego de él? Y, sin embargo, ¿qué cosa más familiar y conocida mentamos en nuestras conversaciones que el tiempo? Y cuando hablamos de él, sabemos sin duda qué es, como sabemos o entendemos lo que es cuando lo oímos pronunciar a otro. ¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé. Lo que sí digo sin vacilación es que sé que si nada pasase no habría tiempo pasado; y si nada sucediese, no habría tiempo futuro; y si nada existiese, no habría tiempo presente. Pero aquellos dos tiempos, pretérito y futuro, ¿cómo pueden ser, si el pretérito ya no es él y el futuro todavía no es? Y en cuanto al presente, si fuese siempre presente y no pasase a ser pretérito, ya no sería tiempo, sino eternidad. Si, pues, el presente, para ser tiempo es necesario que pase a ser pretérito, ¿cómo decimos que existe éste, cuya causa o razón de ser está en dejar de ser, de tal modo que no podemos decir con verdad que existe el tiempo sino en cuanto tiende a no ser?” (San Agustín, Confesiones, Libro XI, capítulo 12)
"... la verdadera historia será vivir y glorificar esos instantes temporales y no, como hasta ahora, sacrificarlos a un futuro ilusorio, inalcanzable y devorador, pues cada vez que el futuro se vuelve instante lo repudiamos en nombre del porvenir que anhelamos y que jamás tendremos." (Carlos Fuentes, Terra Nostra / Cortesía de Luz Elena Videgaray Aguilar, nieta de Agustín y María de la Luz)





Eugenia Concepción Tagle Osorio, Concepción Osorio Mondragón, Mario Alejandro Aguilar R., 
Luz Elena Osorio Mondragón, Agustín Aguilar Rodríguez y María de la Luz Tagle Osorio

Lo que María de la Luz y Agustín construyen con sus emociones y sus sentimientos es un idilio. ¿Y qué significa idilio? La raíz etimológica de la palabra (eidos) habla de forma, de imagen; el vocablo indica trazo o esbozo de lo que llamaré lo inefable perceptible, aquello que sentimos que envuelve nuestro organismo (o que fluye de nuestro organismo) y que, sin embargo, no sabemos nombrar, esa fuente de todos los impulsos, el atman y el brahman védicos, el deseo que se halla atrás de todos los deseos, de todas las aficiones.

María de la Luz y Agustín experimentan durante la primavera y el verano de 1947 lo inefable perceptible, el idilio, es decir  –y sigamos con el lenguaje de las figuras- el ministerio de todas las pasiones. A esta dimensión asisten alegres y temerosos ella y él para encontrarse con la compasión, el involucramiento en la pasión del otro, el condominio del mismo fuego, el einfühlung que promueve esa jubilosa sincronía de enajenación y ensimismamiento tan apreciada por los devotos de Dios, los sensibles al arte y los pobladores del amor. 

Enajenación y ensimismamiento, simultaneidad de dos fuerzas contrarias que aturden y entorpecen al fervoroso tanto como si hubiera ingerido algún narcótico (la estupefacción es un estado que bien conocen los habitantes de cualquier idilio).

Llevamos poco más de un mes  de correspondencia amorosa. ¡Y esto apenas ha comenzado! María de la Luz y Agustín se aman en su presente (1947). Nosotros, en cambio, somos espectadores y vivimos dos circunstancias que nos vuelven ajenos: el espacio (no somos ellos, no estamos en ellos) y el tiempo (miramos desde un futuro que ellos no pueden imaginar: 66 años después). Esta segunda situación, el tiempo, nos vuelve parcial, dolorosa y trágicamente omniscientes: sabemos que la historia termina con la lejana muerte de los amantes. ¿Lo saben ellos? Sí, por supuesto, pero su presente es tan real y tan absoluto que se vuelve duradero.  Me gusta, a propósito, aquella falsa etimología de la palabra amor que encuentra el origen del vocablo en a-mort, sin muerte. María de la Luz y Agustín se aman, y ese hecho los vuelve inmortales. Y esta permanencia es restaurada, 66 años después, gracias a la milagrosa conservación de su correspondencia.

¿Por qué, arrogantes, afirmamos que nuestro presente es más presente que el presente pasado? Dejemos pasar el tiempo. Muy pronto caeremos en la cuenta de que lo único que permanece, además de la Tierra, son nuestras palabras.

Pero, en aras de la tensión narrativa, recurramos a la prolepsis, el flashforward de la lengua inglesa (lo contrario al flashback, la analepsis), porque de esta manera añadiremos un elemento de conflicto. Sin conflicto no hay drama, así que anticipémoslo. 

Vayamos al 14 de junio de 1948, un año después del punto en el que nos encontramos en la línea epistolar que hemos seguido hasta ahora.

Es lunes. Esperanza, la madre de Agustín, no pudo disfrutar del desayuno. Apenas si probó el cafecito con leche, porque el estómago se le fue cerrando conforme Ismael, su marido, leía en voz alta la carta del primo José, el padre de María de la Luz. Son las diez de la mañana. La luz del sol descansa su tibieza en el mantel. Esperanza hace bolitas de migajón para esconder su enojo, o lo que sea aquello que le aprieta el estómago. La voz de Ismael es pausada y clara. Más que leer, declama. Están solos. Esperanza quiere interrumpirlo, para platicarle sus pensamientos; pero decide esperar. A lo mejor, es sólo un malentendido que se resolverá felizmente. La carta dice lo siguiente:

Estimable primo, molesto tu atención, muy a mi pesar, pero no me queda otro recurso antes de proceder en forma inconveniente. Mi hija María de la Luz tiene relaciones con tu hijo Agustín, sin que se me haya tomado en cuenta para nada. Ella lo ha instalada en casa de la hermana de Conchita, mi mujer, desde hace varios días, con pretexto de preparar su tesis. Como su estancia en dicha casa (en la que también vive mi hija) me parece todos modos impropia, es de todo punto indispensable que no se tome tantas libertades, pues tal parece que mis hijas están en subasta.  Debe, por respeto a mi misma hija, no hospedarse en esa casa.

Noto cierta socarronería en la forma de proceder de tu hijo, por lo que te suplico intervengas antes de que me vea precisado a usar otros medios. Me extraña la tolerancia inmoral que se tiene en dicha casa. Cuando yo fui novio oficial, sólo se me permitió, hasta una semana antes de casarme, que visitara la casa durante no más de media hora semanal. ¡Qué contraste! Tu primo José.


Ismael dobla la carta, la guarda en su sobre, sorbe un poco de su café con leche y ordena:

-Llama a Luchena en este momento. Yo no pienso responderle a mi primo, porque puedo empeorar las cosas. No le digas a Agustín que he leído la carta. Haz lo que tengas que hacer, Esperanza. Ya bastantes problemas tengo con tus hijas. Laura está imposible. ¡No voy a ponerme a cuidar a las hijas de otros! María de la Luz será siempre bien recibida en esta casa.

Esperanza toma el auricular del teléfono de pared, pide larga distancia a la Ciudad de México y habla con Luchena (Ma, tía de María de la Luz; es en casa de Ma donde ha sido hospedado Agustín). 

La aflicción tiñe las palabras de ambas mujeres. Esperanza expresa pena y ofrece disculpas. Luchena, por su parte, se compromete a resolver el asunto y calmar las aguas. Ambas mujeres se despiden afectuosamente. Esperanza  cuelga el auricular y va al escritorio de su marido, abre un cajón, toma la pluma fuente y escribe en el primer papel blanco que encuentra:

Muy querido hijo Agustín:

Me apresuro a escribirte para ponerte en conocimiento que hace unos minutos vino el cartero y trajo una carta del señor Tagle. Como no estaba tu papá, la abrí y, una vez que me enteré de ella, me pareció oportuno avisar a Luchena, para evitar molestias y disgustos. Ya me dijo que ella obrará prudentemente y que esté tranquila. Sé prudente, hijo mío. Ve la mejor manera de evitar disgustos. Ya me dijo Luchena que hoy mismo te vas a cambiar y yo digo que aún no le escribas al señor Tagle, pues se pondrían tirantes las cosas. Es natural que yo tenga pena y preocupación, así que me contestas a vuelta de correo qué es lo que piensas y si ya volvió la calma. La carta de tu tío, a mi modo de ver, es improcedente, le falta mucho tacto y educación; pero no está en nosotros remediarlo. Espero tu contestación. Te saludan tus hermanas y yo te envío mi bendición. Tu mamá, Esperanza.

Vayamos con la carta de Esperanza a México. Agustín la abre, la lee... y la angustia lo invade.

En la próxima entrega, leeremos la carta que Agustín escribe al padre de María de la Luz.