martes, 13 de agosto de 2013

El mundo de afuera

Mientras María de la Luz y Agustín pasan los días concentrados en la dulzura de su noviazgo, el mundo gira sin poner mucha atención a su idilio. Detengámonos un momento, apartemos la vista de los tortolitos y de sus cartas, cerremos el epistolario y miremos hacia otros lados. Observemos qué hace la gente mientras María de la Luz y Agustín gozan de la mutua contemplación.

Ismael, el hermano mayor de Agustín, acaba de contraer matrimonio con Rebeca González y recorre con ella, en viaje de Luna de Miel, los estados de Guerrero, Michoacán y Jalisco. Lili, la hermana menor de María de la Luz, tiene novio (se llama Sergio, pero no sabemos su apellido). Laura, hermana de Agustín, anda muy enamorada y está decidida a mantener su relación con Alejandro Barroeta,  aun contra la voluntad de sus padres. Teresa, hermana de Agustín, trabaja, trabaja y trabaja, para apoyar a los adelantados y arrear a los rezagados. Rafael, otro hermano de Agustín, anda en misa, seguramente. ¿Y Nicolás, Pitié y Esperanza? ¿Qué hace este trío?

Demos la pluma a tío Nico, comediante sin par, para que nos cuente la aventura que corrieron él y dos de sus hermanas el martes 19 de agosto de 1947.





HISTORIA DE UN PASEO
Nicolás Aguilar Rodríguez
19 de agosto de 1948

La salida

Salimos a las cinco de la tarde. El Sol pronto terminaría su camino. Empezaron las dificultades, porque, además de mis hermanas Esperanza y Piedad, iba el Yac.

-¿Cómo lo llevamos?, preguntó Pitié.

-Lo amarramos a mi bicicleta con la cadena, dije. Pero no se pudo.

-Yo no me subo a la bicicleta –dijo Esperanza-, y me lo llevo andando.

Mas al fin era el Yac el que mandaba, y lo dejamos libre. Empezó entonces el paseo que tantos incidentes tuvo.

Esperanza iba atrás, porque su bicicleta era muy chiquita. Y Piedad, a la par de Esperanza, iba atrás, porque su bicicleta era muy grandota. Yo y el Yac, adelante, o, como dice el vulgo, el Yac y yo (no sé que significa "vulgo", pero suena bonito).

Íbamos por la 24 Norte, dimos vuelta en cierta esquina y nos encontramos con un canal que tenía una sola viga, atravesada para atravesarlo. Esperanza pasó con las puntas de los pies en una orilla de la viga. Y Pitié (me dijo que no escribiera Piedad) pasó como los cangrejos, caminando para atrás (era digno de verse y para reír).

La cacería

Llegamos a la carretera. El Yac retozando, y nosotros a golpe de pedal. Aquí, otro incidente. El Yac se puso a jugar con un pollo a algo que no eran propiamente carreras, pues el pollo iba como alma que lleva el diablo: a ratos volando, a ratos corriendo. Y el Yac como perro que quiere comer pechuga con todo y plumas. Apareció la dueña del pollo, una chiquilla, tan oportunamente como para impedir que este relajo fuera un asesinato con premeditación, alevosía, ventaja y ensañamiento por parte del Yac. Si al pollo no se le ocurre salir del cascarón con plumas, el Yac hubiera dado cuenta del pobrecito animal.

Sujetamos al Yac, porque estaba insoportable. Si no ladraba a otro perro, se pasaba de puerquito por debajo de un camión. Llegando al terreno, ahí bajé al perro al río, donde se refrescó, mientras Esperanza revisaba los arbolitos frutales que hay sembrados (estaban bien). El Yac subió la barranca con tantas fuerzas que me arrastraba, pues para ir al río le puso la cadena. El único que se divertía era el Yac. Para otro paseo, lo dejamos en su casa.

La rueda cuadrada

Pasamos el río Alseseca. Faltaba un tramo para llegar al lugar donde queríamos. Este tramo está lleno de perros ladrones (bueno, no ladrones, sino que ladran). Por ahí teníamos que pasar con el Yac. Claro que no podíamos pasar sanos y salvos. Como a la mitad eran tantos los perros, tuvimos que amarrar al Yac a una bicicleta que Esperanza llevaba andando. Y de esa manera quisimos sortear la valla de perros que se arremolinaban en torno de nosotros como un remolino.

A todo esto, el Yac mordió la llanta de la bicicleta, y en medio del barullo se oyó… ¡Sí, señores, se oyó un murmullo! Sssssssssssssss. El murmullo se prolongó tres renglones de esta máquina, pero no los voy a escribir. Era que la rueda estaba pinchada (o ponchada), porque la pinchó el Yac. ¡Esto era el colmo! No sabíamos qué hacer. Todos los perros ladraban apocalípticamente, mientras el Yac se le ponía al brinco a un perrazo, como si fueran dos gladiadores en el circo romano.

En la terminal

Por fin (no fin, sino intermedio), fuimos a ver si en la terminal de los camiones Ciudad Militar había una bomba para inflar la llanta; pero, como dije antes, estaba ponchada y… ni modo. Aquí fue un continuo alegar.

-Nicolás, llévate la bicicleta en un camión y te regresas.

-No, Esperanza, porque no me admiten y no tengo con qué amarrarla a la trompa del camión.

-Entonces, habla por teléfono a la casa y di que traigan el coche.

-Pero no hay teléfonos por aquí.

Aquí intervino en el alegato Piedad:

-Le pondremos una llanta de repuesto.

Y señaló un tráiler que tenía una llanta sin ocupar.

-Creo que no le va a venir, dijimos la Nena y yo.

Seguimos discutiendo

Cada uno quería que se hiciera lo que creía más conveniente, pero ninguno le daba al clavo.

-Ustedes diviértanse. Y yo me quedo con el Yac, dijo la Nena.

-¡O todos o ninguno!, dije.

-Insisto en que le podemos poner una llanta de camión, repitió Pitié.

-¡Que no le viene!, gritó Esperanza.

-Haz la prueba, insistí.

-No, yo no digo eso –dijo Pitié-. Digo que también esa llanta está ponchada.

-¡Guau guau, guau!, alegó el Yac.

-asintió Esperanza, interpretando el ladrido del perro.

-Llévate al perro.

-No –dijo Pitié-. Ya lo trajimos. Ahora, ni modo: nos aguantamos.

-¡Estamos perdiendo el tiempo!

-¿Pensando?

-¡No! (éste es un vocablo clásico de Pitié).

El acuerdo

En los camellones que hay en medio de la carretera, ahí nos sentamos. Teníamos que llegar a un acuerdo tripartito. Aunque más bien éramos cuatro, si contamos al Yac; o cinco, con la bicicleta que no servía, más la grandota y la chiquita. Entonces, éramos siete. Y aquí paramos, porque entramos en terrenos del célebre matemático Mauvre.

Nos pusimos, pues, de acuerdo: Esperanza, el Yac y la bici, nos esperarían a Pitié y a mí. Nosotros bajaríamos por la carretera a toda velocidad (pues es una loma empinada por donde va la carretera).

El Chivo Piocha

Nos tocaba ahora subir la subida que habíamos bajado de bajada. Faltarían cien metros para llegar a donde la Nena y…

-¡Pitié, da vuelta ahí! –grité.

Pitié obedeció. Pero dio la vuelta en tal forma que perdió el control de la bicicleta, cerró los ojos, apretó las manos en el manubrio, sabiendo que iba a estrellarse. De pronto, se vio bajo la bicicleta, acostada en la cuneta.

Todavía el pedal y la rueda daban vueltas y más vueltas, y Pitié veía estrellas sin telescopio y de día.

Lo único que había pasado es que se le había atravesado la cuneta, porque aunque la bicicleta tenía toda la dirección al revés, no le pasó nada. Y Pitié estaba como el Chivo Piocha de la canción de Cri-Cri: “Iba el Chivo Piocha en bicicleta de alquiler…”.

Casi de regreso

Aburrido de vernos, el Sol se disponía a meterse. Esto era un calvario: teníamos que llevar, en vez de una cruz, unas bicicletas todas amoladas. Y el Yac, sediento de tanto correr. El camino de regreso, largo largo. Sería tedioso contar este camino de regreso, pues con tanto incidente y hasta accidente no teníamos ganas más que de llegar pronto a la casa. Pero para no desperdiciar el cachito de hoja que queda…

Ya era de noche. Íbamos por la 14 Oriente, a la altura de la 32 Norte. Me fui en una de las bicicletas a decir que ya mero llegábamos. Ya mero, porque después de dejar la bicicleta en su agencia, me regresé a seguir acompañando a mis hermanas, quienes venían a diez cuadras de distancia.

La llegada 
o El plano perdido y hallado en el paseo

Cansados, arrastrándonos y hambrientos, llegamos a la casa. Cabe decir por último que el paseo no fue con motivo de distracción, sino que Esperanza buscaba un plano…

Cabe decir que el plano que buscaba, yo lo había perdido en Santa Bárbara. La Nena lo buscó entre miles de planos, pero no aparecía. Por mera coincidencia lo habían encontrado unos vecinos de nuestro terreno.

Cabe decir que el plano resistió otro olvido mío. Yo lo había enrollado en el barrote de la bicicleta que fui a entregar a la agencia. Estábamos ya comiendo para recuperar las fuerzas, cuando me preguntan:

-¿Y el plano?
-¡En la agencia!

¡Qué tonto plano! ¿Verdad?







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