Mientras María de la Luz y Agustín pasan los días concentrados en la dulzura de su noviazgo, el mundo gira sin poner mucha atención a su idilio. Detengámonos un momento, apartemos la vista de los tortolitos y de sus cartas, cerremos el epistolario y miremos hacia otros lados. Observemos qué hace la gente mientras María de la Luz y Agustín gozan de la mutua contemplación.
Ismael, el hermano mayor de Agustín, acaba de contraer matrimonio con Rebeca González y recorre con ella, en viaje de Luna de Miel, los estados de Guerrero, Michoacán y Jalisco. Lili, la hermana menor de María de la Luz, tiene novio (se llama Sergio, pero no sabemos su apellido). Laura, hermana de Agustín, anda muy enamorada y está decidida a mantener su relación con Alejandro Barroeta, aun contra la voluntad de sus padres. Teresa, hermana de Agustín, trabaja, trabaja y trabaja, para apoyar a los adelantados y arrear a los rezagados. Rafael, otro hermano de Agustín, anda en misa, seguramente. ¿Y Nicolás, Pitié y Esperanza? ¿Qué hace este trío?
Demos la pluma a tío Nico, comediante sin par, para que nos cuente la aventura que corrieron él y dos de sus hermanas el martes 19 de agosto de 1947.
Ismael, el hermano mayor de Agustín, acaba de contraer matrimonio con Rebeca González y recorre con ella, en viaje de Luna de Miel, los estados de Guerrero, Michoacán y Jalisco. Lili, la hermana menor de María de la Luz, tiene novio (se llama Sergio, pero no sabemos su apellido). Laura, hermana de Agustín, anda muy enamorada y está decidida a mantener su relación con Alejandro Barroeta, aun contra la voluntad de sus padres. Teresa, hermana de Agustín, trabaja, trabaja y trabaja, para apoyar a los adelantados y arrear a los rezagados. Rafael, otro hermano de Agustín, anda en misa, seguramente. ¿Y Nicolás, Pitié y Esperanza? ¿Qué hace este trío?
Demos la pluma a tío Nico, comediante sin par, para que nos cuente la aventura que corrieron él y dos de sus hermanas el martes 19 de agosto de 1947.
HISTORIA DE UN PASEO
Nicolás
Aguilar Rodríguez
19
de agosto de 1948
La
salida
Salimos
a las cinco de la tarde. El Sol pronto terminaría su camino. Empezaron las
dificultades, porque, además de mis hermanas Esperanza y Piedad, iba el Yac.
-¿Cómo
lo llevamos?, preguntó Pitié.
-Lo
amarramos a mi bicicleta con la cadena, dije. Pero no se pudo.
-Yo
no me subo a la bicicleta –dijo Esperanza-, y me lo llevo andando.
Mas
al fin era el Yac el que mandaba, y lo dejamos libre. Empezó entonces el paseo
que tantos incidentes tuvo.
Esperanza
iba atrás, porque su bicicleta era muy chiquita. Y Piedad, a la par de
Esperanza, iba atrás, porque su bicicleta era muy grandota. Yo y el Yac,
adelante, o, como dice el vulgo, el Yac y yo (no sé que significa "vulgo", pero suena bonito).
Íbamos
por la 24 Norte, dimos vuelta en cierta esquina y nos encontramos con un canal
que tenía una sola viga, atravesada para atravesarlo. Esperanza pasó con las
puntas de los pies en una orilla de la viga. Y Pitié (me dijo que no escribiera
Piedad) pasó como los cangrejos, caminando para atrás (era digno de verse y
para reír).
La
cacería
Llegamos
a la carretera. El Yac retozando, y nosotros a golpe de pedal. Aquí, otro
incidente. El Yac se puso a jugar con un pollo a algo que no eran propiamente
carreras, pues el pollo iba como alma que lleva el diablo: a ratos volando, a
ratos corriendo. Y el Yac como perro que quiere comer pechuga con todo y plumas.
Apareció la dueña del pollo, una chiquilla, tan oportunamente como para impedir
que este relajo fuera un asesinato con premeditación, alevosía, ventaja y
ensañamiento por parte del Yac. Si al pollo no se le ocurre salir del cascarón
con plumas, el Yac hubiera dado cuenta del pobrecito animal.
Sujetamos
al Yac, porque estaba insoportable. Si no ladraba a otro perro, se pasaba de
puerquito por debajo de un camión. Llegando al terreno, ahí bajé al perro al
río, donde se refrescó, mientras Esperanza revisaba los arbolitos frutales que
hay sembrados (estaban bien). El Yac subió la barranca con tantas fuerzas que
me arrastraba, pues para ir al río le puso la cadena. El único que se divertía
era el Yac. Para otro paseo, lo dejamos en su casa.
La
rueda cuadrada
Pasamos
el río Alseseca. Faltaba un tramo para llegar al lugar donde queríamos. Este
tramo está lleno de perros ladrones (bueno, no ladrones, sino que ladran). Por
ahí teníamos que pasar con el Yac. Claro que no podíamos pasar sanos y salvos.
Como a la mitad eran tantos los perros, tuvimos que amarrar al Yac a una
bicicleta que Esperanza llevaba andando. Y de esa manera quisimos sortear la
valla de perros que se arremolinaban en torno de nosotros como un remolino.
A
todo esto, el Yac mordió la llanta de la bicicleta, y en medio del barullo se
oyó… ¡Sí, señores, se oyó un murmullo! Sssssssssssssss. El murmullo se prolongó
tres renglones de esta máquina, pero no los voy a escribir. Era que la rueda
estaba pinchada (o ponchada), porque la pinchó el Yac. ¡Esto era el colmo! No
sabíamos qué hacer. Todos los perros ladraban apocalípticamente, mientras el
Yac se le ponía al brinco a un perrazo, como si fueran dos gladiadores en el
circo romano.
En
la terminal
Por
fin (no fin, sino intermedio), fuimos a ver si en la terminal de los camiones
Ciudad Militar había una bomba para inflar la llanta; pero, como dije antes,
estaba ponchada y… ni modo. Aquí fue un continuo alegar.
-Nicolás,
llévate la bicicleta en un camión y te regresas.
-No,
Esperanza, porque no me admiten y no tengo con qué amarrarla a la trompa del
camión.
-Entonces,
habla por teléfono a la casa y di que traigan el coche.
-Pero
no hay teléfonos por aquí.
Aquí
intervino en el alegato Piedad:
-Le
pondremos una llanta de repuesto.
Y
señaló un tráiler que tenía una llanta sin ocupar.
-Creo
que no le va a venir, dijimos la Nena y yo.
Seguimos
discutiendo
Cada
uno quería que se hiciera lo que creía más conveniente, pero ninguno le daba al
clavo.
-Ustedes
diviértanse. Y yo me quedo con el Yac, dijo la Nena.
-¡O
todos o ninguno!, dije.
-Insisto
en que le podemos poner una llanta de camión, repitió Pitié.
-¡Que
no le viene!, gritó Esperanza.
-Haz
la prueba, insistí.
-No,
yo no digo eso –dijo Pitié-. Digo que también esa llanta está ponchada.
-¡Guau
guau, guau!, alegó el Yac.
Sí
-asintió Esperanza, interpretando el ladrido del perro.
-Llévate
al perro.
-No
–dijo Pitié-. Ya lo trajimos. Ahora, ni modo: nos aguantamos.
-¡Estamos
perdiendo el tiempo!
-¿Pensando?
-¡No!
(éste es un vocablo clásico de Pitié).
El
acuerdo
En
los camellones que hay en medio de la carretera, ahí nos
sentamos. Teníamos que llegar a un acuerdo tripartito. Aunque más bien éramos
cuatro, si contamos al Yac; o cinco, con la bicicleta que no servía, más la
grandota y la chiquita. Entonces, éramos siete. Y aquí paramos, porque entramos
en terrenos del célebre matemático Mauvre.
Nos
pusimos, pues, de acuerdo: Esperanza, el Yac y la bici, nos esperarían a Pitié
y a mí. Nosotros bajaríamos por la carretera a toda velocidad (pues es una loma
empinada por donde va la carretera).
El
Chivo Piocha
Nos
tocaba ahora subir la subida que habíamos bajado de bajada. Faltarían cien
metros para llegar a donde la Nena y…
-¡Pitié,
da vuelta ahí! –grité.
Pitié
obedeció. Pero dio la vuelta en tal forma que perdió el control de la
bicicleta, cerró los ojos, apretó las manos en el manubrio, sabiendo que iba a
estrellarse. De pronto, se vio bajo la bicicleta, acostada en la cuneta.
Todavía
el pedal y la rueda daban vueltas y más vueltas, y Pitié veía estrellas sin
telescopio y de día.
Lo
único que había pasado es que se le había atravesado la cuneta, porque aunque
la bicicleta tenía toda la dirección al revés, no le pasó nada. Y Pitié estaba
como el Chivo Piocha de la canción de Cri-Cri: “Iba el Chivo Piocha en
bicicleta de alquiler…”.
Casi
de regreso
Aburrido
de vernos, el Sol se disponía a meterse. Esto era un calvario: teníamos que
llevar, en vez de una cruz, unas bicicletas todas amoladas. Y el Yac, sediento
de tanto correr. El camino de regreso, largo largo. Sería tedioso contar este
camino de regreso, pues con tanto incidente y hasta accidente no teníamos ganas
más que de llegar pronto a la casa. Pero para no desperdiciar el cachito de
hoja que queda…
Ya
era de noche. Íbamos por la 14 Oriente, a la altura de la 32 Norte. Me fui en
una de las bicicletas a decir que ya mero llegábamos. Ya mero, porque después
de dejar la bicicleta en su agencia, me regresé a seguir acompañando a mis
hermanas, quienes venían a diez cuadras de distancia.
La
llegada
o El plano perdido y hallado en el paseo
o El plano perdido y hallado en el paseo
Cansados,
arrastrándonos y hambrientos, llegamos a la casa. Cabe decir por último que el
paseo no fue con motivo de distracción, sino que Esperanza buscaba un plano…
Cabe
decir que el plano que buscaba, yo lo había perdido en Santa Bárbara. La Nena
lo buscó entre miles de planos, pero no aparecía. Por mera coincidencia lo
habían encontrado unos vecinos de nuestro terreno.
Cabe
decir que el plano resistió otro olvido mío. Yo lo había enrollado en el
barrote de la bicicleta que fui a entregar a la agencia. Estábamos ya comiendo
para recuperar las fuerzas, cuando me preguntan:
-¿Y
el plano?
-¡En
la agencia!
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