Puebla, a 9 de agosto de
1947.
Mi querida María de la
Luz:
Hoy sábado, como te
dije, te contestaré tu carta, pues antes no he tenido tiempo, pues estoy en
pleno desarrollo del trabajo que tengo y del cual ya te he hablado.
He pensado lo que hace
un mes te tenía que decir (así es como me lo escribes), pero realmente no sé o
no me acuerdo a qué me refería, y de ningún modo no te lo he dicho porque no me
crea seguro de ti; pero si te he dado algún motivo que sea la causa de lo que
me dices de desconfiado, etcétera, te diré yo que ante todo yo veo por tu
felicidad. Es por eso que muchas veces quizá haya hablado demasiado pesimista u
optimistamente. Pero yo te quiero dar ya los problemas resueltos y no
inquietarte más de lo necesario.
Y, ya poniéndome en este plan, recuerdo que te
quise decir algo sobre mis estudios y no te lo dije porque realmente la
solución es sencilla y está en mis manos. Y esto es lo siguiente: nos faltan
dos profesores y la solución es presentar las dos materias correspondientes en un
examen a título de suficiencia. Para ello, hay que ponerse a estudiar de una
manera especial. Eso es todo.
Pues figúrate que, hablando con el director, nos
decía que no nos podía dar esos dos profesores que faltan y que el próximo año
nos los darían, de tal manera que teníamos que retrasar un año. Pero ya te he
dicho que esto no lo vamos a permitir y menos cuando la solución está en
nuestras manos. Claro que hay dificultad de tiempo, de interrupciones y
transferencias con el trabajo, etcétera; pero esperando en Dios, se resolverá
probablemente para todos y para nosotros dos.
Hoy no recibí carta
tuya. ¿Ya no te ha dolido la cabeza? Yo me he seguido poniendo la pomada.
Esperando recibir pronto
noticias tuyas, deseo que me saludes a tía Luchena, a tu mamá, a Tití, a Lili…
y dime si con tu papá no he salido a relucir yo en tus pláticas con él. ¿Y cómo
me trata? ¿Cómo sobrino? Mejor será que no sea así.
Agustín
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