“¿Qué es, pues, el tiempo? ¿Quién podrá explicar esto fácil y brevemente? ¿Quién
podrá comprenderlo con el pensamiento, para hablar luego de él? Y, sin embargo,
¿qué cosa más familiar y conocida mentamos en nuestras conversaciones que el
tiempo? Y cuando hablamos de él, sabemos sin duda qué es, como sabemos o
entendemos lo que es cuando lo oímos pronunciar a otro. ¿Qué es, pues, el
tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me
lo pregunta, no lo sé. Lo que sí digo sin vacilación es que sé que si nada
pasase no habría tiempo pasado; y si nada sucediese, no habría tiempo futuro; y
si nada existiese, no habría tiempo presente. Pero aquellos dos tiempos,
pretérito y futuro, ¿cómo pueden ser, si el pretérito ya no es él y el futuro
todavía no es? Y en cuanto al presente, si fuese siempre presente y no pasase a
ser pretérito, ya no sería tiempo, sino eternidad. Si, pues, el presente, para
ser tiempo es necesario que pase a ser pretérito, ¿cómo decimos que existe
éste, cuya causa o razón de ser está en dejar de ser, de tal modo que no
podemos decir con verdad que existe el tiempo sino en cuanto tiende a no ser?” (San
Agustín, Confesiones, Libro XI, capítulo 12)
"... la verdadera historia será vivir y glorificar esos instantes
temporales y no, como hasta ahora, sacrificarlos a un futuro ilusorio,
inalcanzable y devorador, pues cada vez que el futuro se vuelve instante lo
repudiamos en nombre del porvenir que anhelamos y que jamás tendremos."
(Carlos Fuentes, Terra Nostra / Cortesía de Luz Elena Videgaray Aguilar, nieta
de Agustín y María de la Luz)
Eugenia Concepción Tagle Osorio, Concepción Osorio Mondragón, Mario Alejandro Aguilar R.,
Luz Elena Osorio Mondragón, Agustín Aguilar Rodríguez y María de la Luz Tagle Osorio
Lo que María de la Luz y Agustín construyen con sus emociones y sus sentimientos es un idilio. ¿Y qué significa idilio? La raíz etimológica de la palabra (eidos) habla de forma, de imagen; el vocablo indica trazo o esbozo de lo que llamaré lo inefable perceptible, aquello que sentimos que envuelve nuestro organismo (o que fluye de nuestro organismo) y que, sin embargo, no sabemos nombrar, esa fuente de todos los impulsos, el atman y el brahman védicos, el deseo que se halla atrás de todos los deseos, de todas las aficiones.
María de
la Luz y Agustín experimentan durante la primavera y el verano de 1947 lo inefable perceptible, el idilio, es decir
–y sigamos con el lenguaje de las figuras- el ministerio de todas las
pasiones. A esta dimensión asisten alegres y temerosos ella y él para
encontrarse con la compasión, el involucramiento en la pasión del otro, el
condominio del mismo fuego, el einfühlung
que promueve esa jubilosa sincronía de enajenación y ensimismamiento tan
apreciada por los devotos de Dios, los sensibles al arte y los pobladores del
amor.
Enajenación y ensimismamiento, simultaneidad de dos fuerzas contrarias
que aturden y entorpecen al fervoroso tanto como si hubiera ingerido algún
narcótico (la estupefacción es un estado que bien conocen los habitantes de
cualquier idilio).
Llevamos poco
más de un mes de correspondencia
amorosa. ¡Y esto apenas ha comenzado! María de la Luz y Agustín se aman en su
presente (1947). Nosotros, en cambio, somos espectadores y vivimos dos
circunstancias que nos vuelven ajenos: el espacio (no somos ellos, no estamos
en ellos) y el tiempo (miramos desde un futuro que ellos no pueden imaginar: 66
años después). Esta segunda situación,
el tiempo, nos vuelve parcial, dolorosa y trágicamente omniscientes: sabemos
que la historia termina con la lejana muerte de los amantes. ¿Lo saben ellos?
Sí, por supuesto, pero su presente es tan real y tan absoluto que se vuelve
duradero. Me gusta, a propósito, aquella
falsa etimología de la palabra amor que encuentra el origen del vocablo en
a-mort, sin muerte. María de la Luz y Agustín se aman, y ese hecho los vuelve
inmortales. Y esta permanencia es restaurada, 66 años después, gracias a la
milagrosa conservación de su correspondencia.
¿Por qué, arrogantes, afirmamos que nuestro presente es más presente que el presente pasado? Dejemos pasar el tiempo. Muy pronto caeremos en la cuenta de que lo único que permanece, además de la Tierra, son nuestras palabras.
Pero, en
aras de la tensión narrativa, recurramos a la prolepsis, el flashforward de la
lengua inglesa (lo contrario al flashback, la analepsis), porque de esta manera
añadiremos un elemento de conflicto. Sin conflicto no hay drama, así que
anticipémoslo.
Vayamos al 14 de junio de 1948, un año después del punto en el que nos encontramos en la línea
epistolar que hemos seguido hasta ahora.
Es lunes.
Esperanza, la madre de Agustín, no pudo disfrutar del desayuno. Apenas si probó
el cafecito con leche, porque el estómago se le fue cerrando conforme Ismael,
su marido, leía en voz alta la carta del primo José, el padre de María de la
Luz. Son las diez de la mañana. La luz del sol descansa su tibieza en el
mantel. Esperanza hace bolitas de migajón para esconder su enojo, o lo que sea aquello que le aprieta el estómago. La voz de Ismael es pausada y clara.
Más que leer, declama. Están solos. Esperanza quiere interrumpirlo, para
platicarle sus pensamientos; pero decide esperar. A lo mejor, es sólo un
malentendido que se resolverá felizmente. La carta dice lo siguiente:
Estimable
primo, molesto tu atención, muy a mi pesar, pero no me queda otro recurso antes
de proceder en forma inconveniente. Mi hija María de la Luz tiene relaciones
con tu hijo Agustín, sin que se me haya tomado en cuenta para nada. Ella lo ha
instalada en casa de la hermana de Conchita, mi mujer, desde hace varios días,
con pretexto de preparar su tesis. Como su estancia en dicha casa (en la que
también vive mi hija) me parece todos modos impropia, es de todo punto
indispensable que no se tome tantas libertades, pues tal parece que mis hijas
están en subasta. Debe, por respeto a mi
misma hija, no hospedarse en esa casa.
Noto
cierta socarronería en la forma de proceder de tu hijo, por lo que te suplico
intervengas antes de que me vea precisado a usar otros medios. Me extraña la
tolerancia inmoral que se tiene en dicha casa. Cuando yo fui novio oficial,
sólo se me permitió, hasta una semana antes de casarme, que visitara la casa
durante no más de media hora semanal. ¡Qué contraste! Tu primo José.
Ismael dobla la carta, la guarda en su sobre, sorbe un poco de su café con leche y ordena:
-Llama a
Luchena en este momento. Yo no pienso responderle a mi primo, porque puedo
empeorar las cosas. No le digas a Agustín que he leído la carta. Haz lo que
tengas que hacer, Esperanza. Ya bastantes problemas tengo con tus hijas. Laura
está imposible. ¡No voy a ponerme a cuidar a las hijas de otros! María de la
Luz será siempre bien recibida en esta casa.
Esperanza
toma el auricular del teléfono de pared, pide larga distancia a la Ciudad de
México y habla con Luchena (Ma, tía de María de la Luz; es en casa de Ma donde
ha sido hospedado Agustín).
La aflicción tiñe las palabras de ambas mujeres.
Esperanza expresa pena y ofrece disculpas. Luchena, por su parte, se compromete
a resolver el asunto y calmar las aguas. Ambas mujeres se despiden
afectuosamente. Esperanza cuelga el
auricular y va al escritorio de su marido, abre un cajón, toma la pluma fuente
y escribe en el primer papel blanco que encuentra:
Muy
querido hijo Agustín:
Me
apresuro a escribirte para ponerte en conocimiento que hace unos minutos vino
el cartero y trajo una carta del señor Tagle. Como no estaba tu papá, la abrí
y, una vez que me enteré de ella, me pareció oportuno avisar a Luchena, para
evitar molestias y disgustos. Ya me dijo que ella obrará prudentemente y que
esté tranquila. Sé prudente, hijo mío. Ve la mejor manera de evitar disgustos.
Ya me dijo Luchena que hoy mismo te vas a cambiar y yo digo que aún no le
escribas al señor Tagle, pues se pondrían tirantes las cosas. Es natural que yo
tenga pena y preocupación, así que me contestas a vuelta de correo qué es lo
que piensas y si ya volvió la calma. La carta de tu tío, a mi modo de ver, es
improcedente, le falta mucho tacto y educación; pero no está en nosotros
remediarlo. Espero tu contestación. Te saludan tus hermanas y yo te envío mi
bendición. Tu mamá, Esperanza.
Vayamos
con la carta de Esperanza a México. Agustín la abre, la lee... y la angustia lo
invade.
En la
próxima entrega, leeremos la carta que Agustín escribe al padre de María de la
Luz.
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