México,
a 24 de julio de 1947.
Querido
Agustín:
El
martes recibí carta tuya e inmediatamente traté de contestarte. Más bien dicho,
te contesté. Sólo que preferí no enviarla. La causa principal fue ésta: no
quiero ser imprudente. De ella sólo te diré que te espero con ansias para oír
de tus labios la contestación a mis preguntas y que me cuentes muchas, muchas
cosas más.
Me
referiré ahora a tu carta fechada el 22 y que tengo en la mano.
Me
da mucho gusto saber que practicas la guitarra y estoy segura de que muy pronto
la tocarás perfectamente.
¿Mi
verdadera felicidad? Pero… ¿No te has dado cuenta de que la encuentro en ti?
¿La voluntad de Dios? No me digas que has dudado ni por un solo momento de cuál
sea ella. Bien sabemos cuál es el camino que nos conducirá a Él.
Amar
es darse, es hacer entrega total de nuestro ser, no pedir ni mucho menos
exigir. Y, sin embargo, yo te pido, sí, pero no lo hago tan sólo por mí.
Tratas
de no acordarte de tus fracasos, pero los nombras. Y yo quisiera que hasta el
nombre olvidaras. ¿Me lo prometes?
El
penúltimo párrafo en tu carta es para mí motivo de alegría. Créeme que soy
feliz sabiendo que tú lo eres.
Te
espero para el día 2 de agosto, ya que esto me lo aseguras. Pero no olvides lo
que en otra carta te digo: te espero todos los días.
Todos
los de esta casa les envían saludos a tus papás y a todos. Y para ti es todo mi
gran cariño.
María
de la Luz
No hay comentarios:
Publicar un comentario