Puebla,
a 19 de septiembre de 1947.
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Agustín rodeado de sus primas |
Mi
querida María de la Luz:
Son
las tres y media de la tarde y me he puesto inmediatamente a escribirte,
después de haber comido y platicado con mis hermanas y mi papá y mi mamá sobre mi
mano (me dijeron que necesitaba yo calcio).
Pues
bien, llegué aquí, a Puebla, a la una y media, después de un buen viaje, sin
una parada, ni siquiera en Río Frío. Y de esta manera llegué a mi pieza, donde
lo primero que vi fue tu retrato. Y me pareció verte con el ceño fruncido.
Trataré
ahora de explicarte mi posición. Para ello, te repetiré que te amo con todas
mis fuerzas, que nunca he amado de esta manera.
No
es una lección. Quiero convencerte y ponerme en un término medio, para que no
te sientas apenada. Pero si tienes una luz más alta, con la cual quieras que se
iluminen nuestros pasos, todo lo que venga de ti lo aceptaré.
Pues
bien, mi terreno, mi luz que te propongo es la siguiente… Ya no te diré qué no
merezco, pues esto tal parece que no te convence. Pero lo que he visto claro es
que con mi actitud un poco equívoca, ese amor en que se están fundiendo
nuestras almas y personas (esa única persona en la cual se deben convertir
nuestras dos personalidades) aún no está bien sazonado, aún no está bien
formado, aún no merece simbolizarse.
Dejo
sin explicación la parte de quién tiene la culpa, de cuándo mereceré para que
tú puedas decir… O si quieres que lo diga yo. O más bien que elija yo. O lo que
tú quieras. En fin, que tú me hables. Ahora, sí tú quieres ya no tratar la cuestión,
también me lo dices, pues cualquiera que sea tu decisión, yo la aceptaré con
todo gusto.
Saludos
a todos. Y tú recibe el cariño de quien te ama con toda el alma.
Agustín
P.D.
Saliéndome de mi filosofía barata de esta carta, te diré que me hizo bien el
dolor o pena que te haya causado, pues te quiero más. Y también que pronto
quiero darte la cuelga que quieras.
NOTA. Oscura
y enmarañada, esta carta merece un estudio posterior, aquel que hagamos apenas
cartas ulteriores echen luz sobre ella. Especular sobre los vaivenes del pensamiento
de Agustín, es riesgoso. Seamos pacientes. ¿Por qué, al ver el retrato de su novia, Agustín ve fruncido el ceño de María de la Luz? ¿Qué hizo enojar o incomodar a Nené? ¿De qué culpa habla Agustín? ¿Qué pasó entre el 12 de septiembre y el 19 de septiembre? Una semana. Entendemos estos lapsos de silencio epistolar como momentos de encuentro personal. De ser así, ¿qué pasó en esos días?
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