México, 26 de junio de 1947
Sr. Agustín Aguilar R.
Puebla, Pue.
Agustín:
Con un temor poco natural en mí, al dar las 11 ½
fui al buzón. Mi mano temblaba. Abrí y llena de contento vi a la bendita
conductora de mi felicidad. Empujada por el agradecimiento y después de leerla,
llegué hasta la capilla en donde arrodillada recé a los pies de Nuestro Señor.
No sueñas, Agustín. ¡Es tan real esa felicidad, que
la alcanzaremos a ver desde el principio del camino!
Temiendo ser indiscreta y, aun más, ser tomada por
ligera, mucho tiempo había encarcelado en mi corazón este afecto que ahora ya
conoces. ¿Cuánto tiempo? No podría precisártelo, pues en mí no ha tenido ese
tempestuoso comienzo… Poco a poco, pero sin poderse evitar.
De ningún modo deseo ver las cosas distintas de lo
que en realidad son. Estoy cansada de soñar, de hacer castillos en el aire que,
cual figuras de naipes, se destruyen con la menor causa. Si bien es cierto que
en mi letra se adivina un ser sumamente ilusorio, contraria es mi actitud ante
la vida. ¡Quiero vivir el momento presente! ¡Quiero esta feliz realidad! ¡Deseo
ver las cosas tal y como tú las ves!
Bien poco es lo que merezco, y con lo que tengo
(más de lo que merezco) soy muy feliz. Lo seré mientras lo tenga.
Mucho bien me hicieron tus palabras (tus consejos).
Ahora, desde otro punto de vista, todo me parece más llevadero. Con diferente
actitud trato de comportarme, casi con indolencia ante ciertas cosas. Estoy
dispuesta a olvidar totalmente lo ocurrido, pero de ningún modo a pedir perdón
(desde luego, no incluyendo a mis padres).
No sé si sentirme triste o contenta al saber que
hasta el martes 24 no habrás tenido reconocimiento; pero lo que sí me
entristece es que con ello tal vez no te sea posible venir, como nos dijiste.
De cualquier modo, diariamente he pedido a Dios por ti y así seguiré pidiendo…
siempre.
¿No
te has aburrido? Bien, presumo oírte decir “No”. El lunes en la tarde fui al
Convento de las M.R.M. Concepcionistas, en donde se haya la beata Beatriz de
Silva, fundadora de dicho convento. La madre superiora me quiere bastante (no
lo merezco), y con este motivo me permite pasar a su lado ratos realmente
deliciosos. Te decía que el lunes estuve con ella. Me pidió que le contara lo
que había hecho y pensado. Lo hice sin pena, pues debo decirte que ya no me
causa temor su presencia. Al terminar y con una calma angelical, me dijo: “Muy
pronto me vendrás a dar una buena noticia”. Pero la noticia no deseo dárselo yo
sola…
El
miércoles fui a la casa de la Nena. Me parece que ya te he hablado de ella.
Estuve cociendo toda la tarde en su casa, hasta eso de las 8, que fue mi tía
por mí. Ahora, jueves, saldré con mi papá al cine. A él le gusta mucho, y yo
soy feliz complaciéndolo (con lo que me gusta).
Me
imagino perfectamente cuánto gozaron el Santo de mi tía, y ya me parece verlos
a todos untados de mango.
No
dejes de decirme todo cuanto sea posible acerca de tus reconocimientos y de tu
venida, que Dios quiera sea muy pronto. Saluda a todos en tu casa. Y tú recibe
el de María de la Luz.
P.D.
Son en este momento las 3 ½
NOTAS. Es notable la mudanza en el tono de María de
la Luz, así como evidente el cambio en su percepción de la realidad. Sabemos
ahora que la muchacha está enamorada porque –como se trasluce en sus palabras-
ha perdido la noción del tiempo. Sin embargo, es posible que no se trate de una
confesión ni de un hallazgo consciente sino de una forma de guardar la
compostura y mostrar recato, después de declarar su… afecto. ¿Cuánto tiempo
llevo enamorada?, parece preguntar María de la Luz, y responde ella misma que
su enamoramiento no ha ocurrido de manera súbita sino gradual, suave y
sigilosa.
Sobre el tema enojoso que trata (y del que ya
habíamos tenido noticia en cartas anteriores), podemos suponer que María de la
Luz habla de un disgusto con Lily, su hermana menor, disgusto en el que se ven
involucrados la abuela Concepción y el abuelo José (es decir, sus padres). Y aquí, en la naciente
juventud de María de la Luz, se anuncia ya lo que será un principio inalterable
de toda su vida: la intransigencia frente a la mentira o la culpa ajena,
intransigencia que tiene como base su propia pulcritud ética, basada en la
acción como prédica*. María de la Luz puede reconciliarse –e incluso dejar
pasar- pero no asumirá nunca culpas que no le corresponden.
Quienes,
complacientes con nuestra propia laxitud, vivimos de cerca a esta mujer
monolítica, nos rebelamos muchas veces contra su rigor olímpico, a veces
incluso asfixiante. Pero de ello hablaremos en otra parte. Por ahora sólo
advirtamos que el carácter de diosa omnipotente de la mujer madura ya está presente en la mujer joven de 1947. Y Agustín bien que conoce desde un principio estos arrebatos de orgullo indubitable, porque para cuando
llegó la educación** de los hijos (tres lustros más tarde), él ya es un experto
de su Luz, y sabe durante dichos años apoyar, conciliar, mediar, hacerse
cómplice o ejecutar sanciones.
Una escena clásica del hogar en los años 60 y 70
fue la aparición de Agustín –ya maduro pero aún joven- al borde de la cama de uno de sus hijos o
de una de sus hijas. En la penumbra de la noche, Agustín se acerca al rostro
del disidente, pellizca con dulzura una mejilla y susurra: “Entiende a tu
madre. Está muy cansada. Mañana le pides perdón. A ver, te doy la bendición”.
*No voy a citar Mateo 7, 21, porque a mi madre le parecía poco elegante blandir la Biblia como argumento moral. La fe es acción y no palabras, decía cuando se le obligaba a hablar del tema.
**Quien esto escribe estuvo a punto de cambiar la frase "educación de los hijos" por "domesticación de los hijos", sólo para recordar con una sonrisa una de aquellas noches de desobediencia e indocilidad. "¡Mamá no quiere educarme, me quiere domesticar! -dije a punto del llanto, y recibí como respuesta una clase de etimologías: "Es lo mismo, Tino: domus es casa. Domesticar es conducir con claridad y firmeza hacia el cumplimiento de las normas del hogar, seas perro, canario, planta o hijo." No quedé muy convencido, pero logré conciliar el sueño.
*No voy a citar Mateo 7, 21, porque a mi madre le parecía poco elegante blandir la Biblia como argumento moral. La fe es acción y no palabras, decía cuando se le obligaba a hablar del tema.
**Quien esto escribe estuvo a punto de cambiar la frase "educación de los hijos" por "domesticación de los hijos", sólo para recordar con una sonrisa una de aquellas noches de desobediencia e indocilidad. "¡Mamá no quiere educarme, me quiere domesticar! -dije a punto del llanto, y recibí como respuesta una clase de etimologías: "Es lo mismo, Tino: domus es casa. Domesticar es conducir con claridad y firmeza hacia el cumplimiento de las normas del hogar, seas perro, canario, planta o hijo." No quedé muy convencido, pero logré conciliar el sueño.
¡Wow! Fascinante.
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