domingo, 15 de diciembre de 2013

15 de diciembre de 1947

México, a 15 de diciembre de 1947.

Querido Agustín:

Tus dos cartas llegaron juntas ahora, al mediodía. Una de ellas retrasada, gracias a los magníficos servicios que nos presta el Correo. Pero les perdono todo por lo feliz que soy al leerlas.

Sentada en los escalones del cubo del zaguán, di lectura a la carta que más me llamó la atención. ¡Debía ser algo extraordinario, ya que contenía más de un pliego! En efecto…

He terminado y quisiera dar digna contestación a ella. Pero ya que esto no es posible, te diré, amor mío, que tienes razón desde cualquier punto de vista. Reconozco el mal que nos hacen ciertas películas. Y prueba de ello es mi terrible desconcierto ante la vida: ¡he soñado mucho!, y la vida no es como nos la presentan en la pantalla. Nos hacen, en una palabra, perder la noción del bien y del mal.

Tal como tú dices (y de ello puedes estar seguro), mi corazón es todo tuyo y no hay en mi cerebro un solo pensamiento que no esté ligado a ti. ¿Pero te has adentrado en lo que llamas mi inteligencia? ¡No es complicada, no! Y sólo te bastará saber que he perdido, ya con una cosa ya con otra, la noción del bien y del mal. Mi criterio se ha ensanchado… y de tal modo que pocas, muy pocas son las cosas que juzgo malas.

Como diversión que dices, el cine lo he tomado no con moderación sino como única e insaciable distracción. 

No encuentro razones para modificar tu conciencia y sí muchas para seguir tu ejemplo y así ser más tuya, semejante a ti.

Con esto quiero que me comprendas y que una vez más me perdones por lo que ya te he dicho: no sé hasta dónde termina el bien y comienza el mal. ¡En cierta ocasión llegué a estar tan desorientada y sobre todo a tener tan erróneo concepto de la vida…! Pensaba y pensaba tantas cosas, que llegó a apoderarse de mí una indefinible desesperación. Ahora todo aquello ha pasado, pero he quedado tambaleante.

Tú eres bueno, pisas sobre tierra firme, tú puedes obstruir todo camino que antes me hubiera conducido al precipicio.

Sé que al apartarnos del cine, y por grande que sea el sacrificio, viene para los dos una gran recompensa y más aun, ya que podremos cimentar nuestro hogar sobre terreno firme y sano y no sobre humo.

Como siempre y en todas las ocasiones, quiero que tú indiques el camino. Te extiendo la mano… Con los ojos cerrados te sigo. A tu lado siempre estaré segura.

Me prometes hablarme de otro asunto, y yo me adelanto, suplicándote me hables sobre "mi comportamiento". ¿Cómo debe ser éste? Ya tú te has dado cuenta que a este respecto he dejado siempre libre el corazón. Di, di todo cuanto creas que es necesario decir (se entiende que me refiero a nuestro íntimo comportamiento).

En tu segunda carta veo un lindo ramo de rosas, mejor dicho, dos rosas color de rosa, y a mis ojos no pueden ser otra cosa que las representaciones de nuestro amor: son dos en un solo ramo, somos dos también nosotros, con un solo pensamiento, con un solo deseo, con una misma felicidad. ¿Ése fue tu pensamiento al estamparlas en tu carta?

Las fotografías, como todas, me han gustado mucho. Mi muchachito es magnífico, tanto montado en su alazán como cazando conejos. Por ellas me pude dar cuenta de lo que te habrás divertido y… ¡qué ganas de haberte visto montando!

No me dices nada respecto al día 20, y sin embargo te espero. ¿Verdad que vendrás? He invitado a algunas muchachas compañeras y ya estamos arreglando la casa. No puedes dejar de venir, porque no querrás que mientras todos ríen yo esté triste. ¡Me es tan difícil ser feliz lejos de ti!

Saluda a todos los de tu casa. Y tú recibe mi ternura.

María de la Luz

Son las 11 p.m. y hace rato oímos los coros del Vaticano… y estuve seriecita.

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